El pueblo de los locos

Desde hace 700 años, los vecinos de Geel, en Bélgica, acogen a enfermos mentales en sus casas. Hoy, 286 pacientes aún mantienen viva esa tradición

Description English: Streets of Geel, Belgium taken on October 22, 2004. Wikipedia
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English: Streets of Geel, Belgium taken on October 22, 2004. Wikipedia

Desde 2004, Dis Simon, un enfermo mental belga de 87 años, forma parte de la familia de Arthur Shouten y Toni Smit, una madura pareja instalada en Geel. Dis es ya mayor y sus huesos se han vuelto muy frágiles… Hasta se ha caído al suelo varias veces. «Me temo que no podrá seguir con nosotros y que deberá volver al psiquiátrico», cabecea Toni, la mujer, en el salón de casa, mientras Luc Ennekens (49), otro enfermo mental acogido en este hogar y el mejor amigo del anciano, le estampa un sonoro beso en la mejilla. «Será un día muy triste para nosotros. No sabemos cómo se sentirá Luc sin su amigo cerca», insiste la mujer.

En Geel, un pueblito de 35.000 habitantes a escasos 75 kilómetros de Bruselas, tener a un demente en casa es algo habitual… desde hace siete siglos. Dice la leyenda que todo empezó a finales del siglo VI, cuando una princesa irlandesa convertida al cristianismo, llamada Dimpna, llegó a esta aldea belga «para escapar de las proposiciones incestuosas de su libertino padre». Ante la heroica resistencia de la muchacha, el rey de Irlanda la persiguió y la decapitó con su propia espada. En aquel preciso instante, y ante la barbarie del acto, «algunos locos presentes recobraron la razón».

A partir del siglo XII, y por razones no aclaradas del todo, Geel, en el camino hacia Roma, se convirtió en un lugar de peregrinación para las personas con trastornos mentales. Cuando Dimpna fue elevada a los altares, se construyó una hermosa iglesia en honor de la santa, a la que se adosó «una cámara de enfermos». Allí, explica el historiador del CSIC Rafael Huertas García-Alejo, los locos permanecían nueve días antes de someterse al rito de pasar en cuclillas bajo un baldaquino con las reliquias de Santa Dimpna, con la esperanza de poner fin a sus sufrimientos y recobrar la cordura.

La afluencia de peregrinos y enfermos mentales llegó a ser tan grande que superó la capacidad de acogida de los conventos y los vecinos de Geel empezaron a hospedarlos en sus casas. Muchos de ellos acabaron convirtiéndose en pupilos estables. En 1803, el prefecto Pentécoulat «se da cuenta de las enormes ventajas de una ‘colonia’ de ese tipo» y traslada a Geel a los locos ingresados en los hospicios de Bruselas. Las poblaciones de Malinas, Lier y Tirlemont hacen otro tanto y Geel se convierte en una suerte de «depósito» de enfermos mentales en manos de los ‘nourriciers’, los encargados de su cuidado, personas sin formación, que, en ocasiones, los someten a abusos o los emplean como mano de obra barata en las tareas del campo.

Un isla contra Hitler

La colonia conservó su carácter con los años, se prohibieron los atropellos, y pasó a ser objeto de estudio internacional por parte de los especialistas, «convertida en una especie de Meca de los psiquiatras», apunta Huertas. En los pasados años 30, llegó a haber hasta 4.000 enfermos acogidos en casas particulares.

Cuando Hitler llegó al poder en Alemania e impuso sus tesis eugenésicas, asesinando sin piedad a personas con malformaciones físicas o problemas mentales, Geel se transformó en una especie de islote y los vecinos, que mantenían evidentes lazos afectivos con sus asilados, actuaron de muro de contención ante los nazis. De hecho, grupos de judíos que huían del Holocausto encontraron refugio en las mismas casas que cobijaban a los locos. «Geel es un ejemplo único en el mundo occidental. En el resto de Europa, el eje asistencial era el manicomio y, lo común, aislar al paciente con fines de control social y terapéutico», sostiene el historiador Huertas.

Hoy, el llamado tratamiento en familia se organiza a través del Centro Público de Cuidados Psiquiátricos (OPZ), donde trabajan 600 personas. En 2014, apenas 286 pacientes mentales residen en 259 familias de acogida; unas pocas hospedan hasta dos y tres ‘zotjes’ (loquitos), como los llaman de forma cariñosa en el pueblo.

«La esencia de la vida en familia -señala a este periódico Johan Claeys, portavoz del OPZ- es que el cliente pueda integrarse en un hogar ordinario, con su propio sitio en la mesa y una habitación individual, y que participe de las relaciones sociales de la familia. A menudo, estos pacientes tienen a la espalda una larga historia de internamientos en instituciones y hospitales y encuentran, por fin, descanso en Geel».

En las calles se les puede ver dirigiendo imaginarias orquestas, haciendo que hablan por teléfono con una zapatilla a modo de portátil, ayudando con pequeños recados en los comercios o sentados en los bancos del parque, fumando y con una taza de café humeante en la mano. En Geel apenas llaman la atención en la calle. Los vecinos están más que acostumbrados. Quien más quien menos ha tenido un ‘loco en la familia’.

«En poco tiempo, la mayoría adquieren autonomía y se socializan más», resume Johan Claeys. Un equipo de enfermeras visita a las familias y a los pacientes dos veces al mes. El OPZ también dispone de un hogar psiquiátrico de 60 camas y del proyecto Beschut Wonen (Habitación Protegida) para pacientes que, pese a relacionarse de forma limitada, pueden vivir de modo autónomo. Como paso previo a su inserción familiar, los ‘loquitos’ aprenden a ser autónomos, a vestirse, a conocer el valor del dinero y a realizar algunas tareas domésticas. En el programa no pueden participar pacientes con tendencias suicidas o de marcada agresividad. Según datos oficiales, un 38% de los acogidos padece problemas de comportamiento (por lo general combinados con dificultades de aprendizaje), episodios psicóticos (33%), trastornos de la personalidad (14%), cambios de humor (9%) y déficits cognitivos (exalcohólicos, autistas…).

Adiós a una vida de rechazo

«Lo primordial de este modelo es que así obtienen una identidad y la familia los acepta como son. Cuando un paciente llega a una casa mejora su función motora, bajan los niveles de medicación… Pero hay un tipo de curación mucho más importante, -sostiene el doctor Bogaerts, psiquiatra de la institución- la curación de toda una vida de rechazo».

«Geel no es una panacea porque la enfermedad mental grave no remite con una simple palmada en el hombro», sostiene Miguel Gutiérrez, catedrático de Psiquiatría en la EHU y presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría. «Si hablamos de trastornos de personalidad, estas comunidades ofrecen a los pacientes el modo de reaprender, de interaccionar, de relacionarse con los demás de una forma adecuada».

En Geel, dicen sus responsables, no hay necesidad de demostrar nada. Las familias ofrecen «normalidad». Proporcionan modelos a seguir. Y, claro, no tratan a los pacientes como enfermos, sino como simples huéspedes, como invitados que, con el tiempo, pasan a ser casi un miembro más. La estancia media en el programa de cuidado familiar es de 30 años, resaltan desde el OPZ.

«Mi padre siempre decía: ‘Estos son los mejores niños. Deben dormir en el centro de la cama’», sonríe la hermana Tarcisia (86 años), una monja que creció con la tradición de mantener enfermos mentales en casa. Ella vive ahora en el convento de San Agustín, la orden encargada de alojar a los primeros trastornados y la auténtica sostenedora de la tradición de Geel.

En la casa de los Shouten, Luc y Dis disponen de cuarto propio. Son amplios, funcionales, enmoquetados en la fría Bélgica, y con una gran pantalla de televisión. Ellos se encargan de hacerse la cama, de colocar los platos en el lavavajillas… Dis Simon llegó a Geel con 7 años y aquí ha pasado su vida. «Sabemos que se acerca el día y nos gustaría que pudiera morir aquí, en nuestra casa», suspira Toni Smit.

euros diarios, procedentes de fondos públicos, recibe la familia de acogida por cada enfermo mental, una cantidad que apenas cubre los gastos del huésped.

Jan Hoet (Lovaina, 1936) es un referente en el arte moderno belga y organizador de la exposición Middle gate’13 en Geel. La muestra une obras de Paul Klee o Louise Bourgeois con creaciones de enfermos mentales. Hoet es hijo de un psiquiatra que trabajó aquí. «En casa éramos siete hermanos y vivíamos con tres pacientes. Como niños nos educaron tanto nuestros padres como nuestros pacientes», recuerda Hoet.

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